domingo, 7 de noviembre de 2010

El deber.



Dijiste que me sentarías en una hermosa silla, de esas que están hechas de oro y tienen muchos dibujos que ni tu entiendes; dijiste que me peinarías como a una muñeca, aunque nunca tuviste una; también me vestirías de flores, aunque nunca hablaras de espinas; me dijiste que un día me darías la corona y un lindo bastón, para poner orden, cuando olvidases de quien era la reina.

Te dije, que estaba sentada y que no me movería, que el oro me encanta y los dibujos se confunden, que muñeca no soy y me peino todos los días, que una ves, floresca ni las espinas quedan; que reina puedo ser y no significa que deba querer.

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